Era 1983 y el mundo casi se acaba. Desde la crisis de los misiles en Cuba en 1962, los Estados Unidos y la Unión Soviética no habían estado tan cerca de una guerra nuclear global.
Sólo un oficial, el coronel ruso Stanislav Petrov, que decidió ejercer su juicio humano y anular los sensores del centro de alerta temprana que él comandaba, que estaba advirtiendo que un ataque nuclear estadounidense contra la URSS estaba en curso, salvó al mundo de un final apocalíptico.
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